En este Blog queremos compartir contigo la vida de la bienventurada Dina Bélanger RJM. Publicaremos periódicamente breves capítulos que nos ayudarán a conocerla más.
Te invitamos a leerlos y a que dejes tus comentarios.


LA FAMA DE SANTIDAD de Dina Bélanger se ha hecho universal después de su beatificación.

sábado, 26 de noviembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus amigas y vecinos
Ahora vamos a seguirla de cerca en su vida de joven en Quebec, antes y después de su estancia en Nueva York. De 16 a 24 años es un largo periodo para saber cómo era Dina. Sus amigas nos lo dicen:

Yo tenía 15 años y ella unos 20. Me ofreció ayudarme en mis deberes escolares. Iba a su casa y le mostraba mis composiciones literarias o le pedía ayuda para resolver los problemas de álgebra. Gracias a sus precisas indicaciones y por el don innato que tenía de comunicar sus conocimientos, llegué a ser muy pronto fuerte en matemáticas. Me ha fascinado siempre, sobre todo, por su alegría joven y comunicativa. Sabía reírse y tomarnos el pelo. La encontraba muy guapa y la admiraba, sin comprender exactamente que su personalidad tan atractiva era sólo la irradiación de una vida interior intensa. Era extremadamente dulce y su alma de artista se revelaba límpidamente cuando tocaba con brío las piezas de los más grandes músicos.
No protestaba cuando se le pedía que tocara una composición musical. La ejecutaba enseguida. Quería dar gusto a todos. Nunca se vanagloriaba de sus talentos musicales. Sus éxitos no se le subían a la cabeza.
Cuando salió del pensionado, hablábamos sobre todo de música. Entonces tenía grandes ambiciones, incluso vislumbraba en el horizonte el Premio de Europa. Hoy me parece que su pretendida ambición era sólo para ocultar que su único objetivo era el gran amor a Dios que la invadía.
Era muy caritativa con los pobres. Podía trabajar día y noche para ayudar a los que le pedían algo, confeccionándolo incluso con sus manos. Parecía que comprendía todas las miserias y que sabía curar todas las heridas. Tenía una buena palabra para todos, su servicialidad era a toda prueba y a cada instante.
Una vecina dice: Dina era una joven muy distinguida, no caprichosa, generosa. No pedía nada a sus padres, se contentaba con todo. Nosotros éramos pobres, yo tenía once hijos. Cuando mi marido le pidió ser la madrina de una de mis hijas, ella se sintió contenta y honrada. Desde Nueva York, a pesar de su mucho trabajo, nos escribía una vez al mes.
Estaba atenta a lo que necesitaban los demás. Una compañera nos dice: En un sainete musical yo tenía que jugar el papel de pordiosera; no tenía un abrigo oscuro y no sabía qué hacer. Dina espontáneamente me prestó el suyo después de haberle quitado los botones, lo que lo hacía más miserable.
Alguien que la conocía muy bien afirma que Dina tuvo que sostener luchas a causa de su carácter, pero que los esfuerzos y el progreso fueron constantes. Los contratiempos y las serias decepciones que encontraba en su camino no sacudían su serenidad, ni desdibujaban la sonrisa que la hacían tan atrayente.

viernes, 18 de noviembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus compañeras

Hoy voy a compartirte cómo la veían sus compañeras de clase ¿Quieres?.

Dicen que Dina era siempre puntual y atenta en clase. Nunca encontró pretextos para no ir al colegio. Muy dotada, estudiosa, metódica en su trabajo, no perdía un minuto. La mejor en todas las materias. Llegaba la primera, sin vanagloriarse. Muy generosa: un día, quiso dejar a otra, que tenía una décima de puntos menos que ella, el primer puesto por el que había luchado y al que tenía derecho. Dejó el testimonio de alumna buena, única en su género.

Una dice que era un poco nerviosa. Más bien tímida, pero hacía esfuerzos por vencer la timidez. Un poco vergonzosa debido a su altura superior a la media. La expresión algo temerosa de sus ojos hizo que la llamaran en broma “nuestra pequeña gacela” y eso la divertía. A pesar de su timidez, si se trataba de ayudar a sus compañeras, lo hacía. Si algunas hacían travesuras, jamás las denunciaba, pero decía la verdad si le preguntaban. No mentía nunca.

Era dócil a lo que le indicaban sus maestras, mejor que nosotras, por eso la ridiculizábamos llamándola Santa Dina, divina Dina. No era por maldad, era para tomarle el pelo, aunque había un fondo de admiración. 

Era muy humilde y no  tenía pretensiones. Lo hacía todo naturalmente. Era sencilla, delicada, distinguida y fácil de abordar. No hablaba de sí misma y menos de sus talentos; si se mencionaban, simplemente lo agradecía. Buscaba desaparecer. No tomaba los primeros sitios en las reuniones. Hablaba poco, pero cuando lo hacía, sus conversaciones eran serias, agradables y de una gran amenidad, informándose de todo lo que nos interesaba.

Se olvidaba de sí misma, para pensar en los demás. Tenía siempre una buena palabra para los que la contrariaban. No le gustaba cuando se hablaba mal del prójimo. Sabía excusar sus defectos. En sus conversaciones jamás había una crítica, ni una palabra desagradable para los otros. Cuando se hablaba de alguien, ella buscaba siempre encontrarle una buena cualidad. Una compañera cuenta que nunca le oyó una crítica; si yo criticaba alguna vez, ella encontraba siempre una excusa suponiendo buenas intenciones; corregía mi juicio pero sin ser dura. No he sabido que hiciera sufrir a nadie; era demasiado delicada para ello.

Tenía un carácter fuerte, pero siempre el mismo humor. En el dormitorio estaba junto a ella y por la mañana la veía siempre con la misma sonrisa. En un examen de música le preguntaron algo que la sorprendió y aturdió; enrojeció y pareció muy contrariada pero pronto retomó el habitual dominio de sí misma. Era lenta y una vez, su madre le reprochó el hacerme esperar; no se enfadó, sonrió humildemente.


Su vida se transparenta en sus escritos como en un espejo. Sus compañeras, al ser preguntadas sobre ello, dicen: lo que cuenta de su infancia y adolescencia es verdad. Veíamos que algo la llenaba por dentro.

jueves, 10 de noviembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus padres

Hemos seguido a Dina a lo largo de las distintas etapas de su vida: familia, infancia, colegio, juventud, estudios de piano y armonía, Nueva York, fiestas, conciertos, vida religiosa, apostolado, enfermedad…. Una vida ordinaria, como la de muchas personas, pero vivida extraordinariamente en clave única: Dios.
Los grandes dones que Él le regaló pasaban desapercibidos a los ojos de quienes convivían con ella, pero se reflejaban en el pentagrama del día a día, vivido con fidelidad exquisita a ese Dios que se le comunicaba y al que ella permanecía a la escucha, para no perder ninguna nota de la sinfonía.
La partitura de su vida no sería completa si no oímos algunos testimonios de quienes la rodearon: Empecemos por sus padres.
Su madre dice:
Trabajó en su carácter   
A Dina no le gustaba ser contrariada, ni que la corrigieran, tenía un carácter fuerte. En sus primeros años tenía sus pequeñas crisis cuando la contrariaban. Una vez le pedí algo y muy enfadada me dijo “no”. Su padre quiso darle una lección pataleando con ella… Dina comprendió y no lo hizo nunca más. ¡Cuánta fuerza de voluntad para vencer su fuerte temperamento!   

Asumía con paz los acontecimientos que trae la vida

Cuando les llegó un revés de fortuna, fue ella quien consoló a su madre.
A la mamá le gustaba cantar y dejó de hacerlo. Dina se da cuenta y le dice: “Dios sabe lo que hace. Quizás, estarías orgullosa de la casa o de tus vestidos. Tal vez, Dios lo quiere así”. Otras veces para animarme decía: “espera a mañana, esto cambiará”.  
Cuando su madre tuvo el accidente que le impedía ir a Nueva York, a pesar del sacrificio que hacía, dijo simplemente: “Si no puedo dejar la casa, me quedaré”.
Sus padres cuentan:
Mantenía su vida de oración 
Dina se acostaba tarde y por la mañana, por cansancio, era lenta al levantarse, pero nunca dejó de ir a Misa de 7. Se apresuraba en hacer los deberes del colegio, para orar ante el Santísimo por la tarde. Sus padres dicen que después de comulgar se la veía totalmente absorta en adoración y cuando rezaba con ellos estaba muy atenta. Su padre dice: era muy discreta sobre las gracias que recibía.  
Fidelidad en el día a día
Era muy enérgica y tenaz en sus voluntades y, sobre todo, si la cosa era justa, perseveraba en ello. Tenía gran espíritu de familia. Era muy sensible. Le gustaba el orden.
Llevaba una vida tranquila. Tres o cuatro horas al día practicaba la música. Era agradecida por todo y encontraba que hacían demasiado por ella.
Desde niña amaba la naturaleza, admiraba las maravillas de Dios, sobre todo las flores, los pájaros, la belleza de las nubes, los árboles, el firmamento, los claros de luna; todo servía para alabarle.
Muy generosa, compartía sus cosas con los demás. Siempre fue fiel en decir la verdad y manifestar su pensamiento sin disimulo. Sus padres añaden no haberle reprochado nunca una mentira. Era respetuosa, al oír una crítica decía: “No sabemos su intención”.