Hemos seguido a Dina a lo largo de
las distintas etapas de su vida: familia, infancia, colegio, juventud, estudios
de piano y armonía, Nueva York, fiestas, conciertos, vida religiosa,
apostolado, enfermedad…. Una vida ordinaria, como la de muchas personas, pero
vivida extraordinariamente en clave única: Dios.
Los grandes dones que Él le regaló
pasaban desapercibidos a los ojos de quienes convivían con ella, pero se
reflejaban en el pentagrama del día a día, vivido con fidelidad exquisita a ese
Dios que se le comunicaba y al que ella permanecía a la escucha, para no perder
ninguna nota de la sinfonía.

Su madre
dice:
Trabajó en su carácter
A Dina no le gustaba ser contrariada, ni que la
corrigieran, tenía un carácter fuerte. En sus primeros años tenía sus pequeñas
crisis cuando la contrariaban. Una vez le pedí algo y muy enfadada me dijo
“no”. Su padre quiso darle una lección pataleando con ella… Dina comprendió y
no lo hizo nunca más. ¡Cuánta fuerza de voluntad para vencer su fuerte
temperamento!
Asumía
con paz los acontecimientos que trae la vida
Cuando les llegó un revés de fortuna, fue ella
quien consoló a su madre.
A la
mamá le gustaba cantar y dejó de hacerlo. Dina se da cuenta y le dice: “Dios
sabe lo que hace. Quizás, estarías orgullosa de la casa o de tus vestidos. Tal
vez, Dios lo quiere así”. Otras veces para animarme decía: “espera a mañana,
esto cambiará”.
Cuando
su madre tuvo el accidente que le impedía ir a Nueva York, a pesar del
sacrificio que hacía, dijo simplemente: “Si no puedo dejar la casa, me
quedaré”.
Sus padres cuentan:
Mantenía su vida de oración
Dina
se acostaba tarde y por la mañana, por cansancio, era lenta al levantarse, pero
nunca dejó de ir a Misa de 7. Se apresuraba en hacer los deberes del colegio,
para orar ante el Santísimo por la tarde. Sus padres dicen que después de
comulgar se la veía totalmente absorta en adoración y cuando rezaba con ellos
estaba muy atenta. Su padre dice: era muy discreta sobre las gracias que
recibía.
Fidelidad en el día a día
Era muy enérgica y tenaz en sus voluntades y,
sobre todo, si la cosa era justa, perseveraba en ello. Tenía gran espíritu de
familia. Era muy sensible. Le gustaba el orden.
Llevaba una vida tranquila. Tres o cuatro horas al
día practicaba la música. Era agradecida por todo y encontraba que hacían
demasiado por ella.
Desde niña amaba la naturaleza, admiraba las
maravillas de Dios, sobre todo las flores, los pájaros, la belleza de las
nubes, los árboles, el firmamento, los claros de luna; todo servía para
alabarle.
Muy generosa, compartía sus cosas con los demás.
Siempre fue fiel en decir la verdad y manifestar su pensamiento sin disimulo.
Sus padres añaden no haberle reprochado nunca una mentira. Era respetuosa, al oír una crítica
decía: “No sabemos su intención”.
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