En este Blog queremos compartir contigo la vida de la bienventurada Dina Bélanger RJM. Publicaremos periódicamente breves capítulos que nos ayudarán a conocerla más.
Te invitamos a leerlos y a que dejes tus comentarios.


LA FAMA DE SANTIDAD de Dina Bélanger se ha hecho universal después de su beatificación.

jueves, 29 de diciembre de 2016

EPÍLOGO

A lo largo de su existencia, Dina, como los “pobres de Yahvé”, fue descubriendo los misterios que dibujaron su vida: búsqueda humilde, penumbra opaca, fe profunda, disponibilidad confiada, fidelidad incondicional, abandono ilimitado y así,  fue internándose en las regiones infinitas de Dios.
Creer es confiar, es dejar hacer, es, sobre todo, entregarse, es amar. Dina pasa por la tierra dejándonos no sólo su huella sobre la arena, sino, sobre todo, la huella de Dios. Nos presenta a Dios como la Belleza suprema, como el Amor que busca ser amado, como un claro de luna ininterrumpido sobre el mar de nuestras vidas, encendiendo en nosotros la nostalgia por Él.
La Autobiografía de Dina no es el fruto de una reflexión teológica, ella no estudió nunca teología. Dina fue una buscadora de Dios, silenciosa como la brisa suave, tranquila como la paz, atenta como el vigía que otea el horizonte sin ocaso. Dina es el eco fiel de la palabra de Dios, sin buscar interpretaciones, sin tomar la iniciativa porque sólo Dios es el protagonista. En sus escritos, Dina nos transparenta su vida y su alma, abriéndose como una flor cuando la invaden los rayos del Sol.
Si quieres, después de haber conocido un poco la andadura de Dina por nuestro mundo, sigue profundizando en su vida, para descubrir la partitura completa. No olvides que lo esencial es la obra de Dios, escondida a los ojos humanos, y que la partitura de toda vida pide nuestra correspondencia, si queremos que pueda sonar con su total melodía.

Gracias Dina por tu vida y por tu constante fidelidad a la gracia. Ayúdanos, para que la partitura de nuestras vidas se afine y, como la tuya, deje sonar una melodía:  una melodía a la mayor gloria de Dios.

martes, 20 de diciembre de 2016

TESTIMONIOS: Su Maestra de novicias

Hoy  quiero que oigas a la Maestra de novicias de Dina. Ella fue la confidente de las grandes gracias que Dios le otorgaba. Entramos en terreno sagrado, donde el principal protagonista es Dios y se siente el vértigo ante la andadura por la que ese Dios la hizo caminar. Su vida como religiosa fue muy corta, sólo ocho años. Los suficientes para poder penetrar en lo más hondo y navegar en las aguas profundas del misterio de Dios, que Dina por obediencia nos ha plasmado en su Autobiografía.
Dina abría totalmente su interior a su Maestra, le contaba todo lo que le pasaba, porque ante el océano de gracias divinas que recibía, tenía miedo de la ilusión.
La Maestra nos dice:
Cuando Dina me hablaba de sus comunicaciones, yo me mostraba inquieta y se lo demostraba; sabía que, siendo tan sensible, esto era una prueba para ella. Al ver mi  inquietud, lloraba: “¿Por qué no soy como las otras?”. Lo que en un momento, cuando escuchaba la voz de Jesús, la llenaba de alegría, se convertía después en un verdadero tormento. Sólo le devolvía la paz cuando le decía que era voluntad de Dios.
Era de una gran sencillez y, mientras crecía su intimidad con Jesús, seguía en todo la vida del noviciado.
Un día en el que me había confiado que estaba en profunda comunicación con Dios, las novicias tuvieron una excursión; ella reía, se divertía con y como las demás, pero nada revelaba exteriormente su secreto.
La Maestra dice que en el conjunto de la vida religiosa de Dina se pueden descubrir fuentes de sufrimiento:
La vida comunitaria dada su naturaleza delicada y sensible. Su enfermedad, al permanecer horas inmóvil, por consejo del médico de mantenerse recostada, evitando todo movimiento para curar sus pulmones. La mayor, cuando el Señor le ofrecía su cáliz para que participara en su agonía con toda la clase de sufrimientos que Él vivió: abatimiento, miedo, tristeza, hastío, abandono, etc.
Otro gran sufrimiento, que difícilmente podemos medir, era esa nostalgia del cielo que sufre el alma a quien el Señor se le revela más especialmente. Entonces la fe es peregrinar, como Abraham, como María…
Un momento fuerte en la vida de Dina fue cuando Jesús le anunció que moriría el 15 de agosto de 1924. La Maestra cuenta que unos días antes fue a verla en la enfermería y, viendo que su enfermedad no empeoraba, le dijo: No tiene el aire de una moribunda. Dina lo aceptó humildemente y guardó silencio.
Nos cuenta la Maestra que pasado el 15 de agosto, le hizo ver que podía vivir en la ilusión. Ella con mucha naturalidad dijo simplemente que se había equivocado. Dina aprovechó para humillarse y no se desanimó. Continuó  actuando como antes sin turbarse e incluso con más fervor. Después de esta fecha, me di cuenta que por un largo tiempo no tenía comunicaciones, pero que su fe y su amor al Señor eran más intensos. La muerte que el Señor le anunció, y que ella no comprendió, era una muerte mística y ahora le invadía el manto del silencio. Ese silencio envolvente y desconcertante de Dios que puede llevar a una vaga impresión de inseguridad, a preguntarse si todo esto será verdad, si no será producto de la imaginación o si realmente será la acción de Dios. Cuanto mayor es la manifestación de Dios, el silencio posterior resulta más duro. Dina no dudó, siguió abandonándose y Dios continuó después manifestándose con gracias mucho mayores.
Dina permaneció siempre muy abierta con su Maestra y ésta nos dice que cuando le confiaba algo tenía la certeza de que era verdad y, aunque temiera una posible ilusión, no podía apoyar esos temores en nada.
Los testimonios podrían seguir, pero hay un silencio que habla más que las palabras. Te dejo con Dina…


lunes, 12 de diciembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus hermanas en religión

Dina dejó todo lo que hubiera podido ser un porvenir lleno de atractivos, una vida familiar entrañable, una carrera musical llena de éxitos, un futuro prometedor, la posibilidad de crear un hogar feliz… y todo para responder con un SI a la llamada de un Dios que está por encima de todo.
Dina dejó una huella en sus hermanas. Vamos a escucharlas. Nos dicen que por sus actitudes, más que por sus palabras, constataron:
Su gran sencillez.
  • Era tan discreta que parecía que su persona no contaba a sus ojos. Su gran humildad dejaba escondidos sus talentos.
  • Exteriormente era como las demás. Nadie imaginaba que era objeto de dones extraordinarios.
  • En los ratos de expansión, si la conversación era demasiado animada, callaba para dejar a las otras la alegría de contar lo que había sucedido.
Su alegría.
  • Las novicias organizaban tardes recreativas, literarias, musicales. Dina tomaba gran parte en la composición y en el juego. Sus sainetes divertían a todo el mundo. Se podría pensar que su timidez le impediría llenar papeles ingeniosos; todo lo contrario, cuando le confiaban alguno, era muy divertida, lo hacía con espontaneidad, tacto y jovialidad.
Su olvido propio.
  • En el noviciado se solían asignar los trabajos a cada una. Cuando no se asignaban, ella escogía siempre el más duro y se ofrecía a remplazar a las que los tenían más pesados. Lo hacía con tanta amabilidad que los ganaba.
  • Siempre quería hacer felices a las demás y había que prestar atención a los menores deseos que se expresaban porque rápidamente los realizaba. Si podía hacer más, no quería hacer menos.
  • Muy afable y  buena, incluso hasta la condescendencia, particularmente con una religiosa que la hacía sufrir.
Su austeridad.

  • A Dina no le gustaban las manzanas. Sus padres que lo ignoraban le traían a menudo esta fruta y su superiora, teniendo en cuenta su estado de salud, quería que las comiera. Dina comió manzanas durante meses hasta que la Maestra de novicias desveló la repugnancia que sentía hacia ellas.
  • Todo el tiempo que estuvo en la enfermería, Dina sufrió pensando que sus hermanas tenían que servirla. Hubiera preferido cambiar los papeles. Siempre estaba admirada y agradecida por la mínima atención, el más pequeño servicio. No era exigente, parecía más bien sorprendida de que hubieran pensado en ella. Soportaba los sufrimientos de la enfermedad sin decir nada, sin que se notaran. Jamás una queja. Lo que más llamaba la atención era su sonrisa en  medio de todas las contradicciones.
Su servicialidad.
  • A veces, los trabajos que le pedían se acumulaban: composiciones, canciones, copias, correspondencia, registros, traducciones…, pero ella nunca se sentía sobrecargada. Dicen que, después de su muerte, sorprendió ver cuánto había trabajado estando enferma.
  • Siempre decía algo bueno de las personas. Daba la impresión de no ver el lado defectuoso o menos bueno de las demás.
  • Mientras pudo dar clases de música lo hizo con todo interés y fue muy apreciada. Era exigente, pero muy amable. Buscaba sólo dar lo mejor de sí misma y el bien de cada una de sus alumnas.

Te diría mucho más, pero creo que ya has podido vislumbrar cómo era Dina. Tu misma puedes sacar la conclusión…

domingo, 4 de diciembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus compañeras en Nueva York

Sigámosla ahora en los dos años que vivió en Nueva York. Fue un periodo de esfuerzo en el estudio, de momentos muy felices por su enorme pasión por la música, de vivirlo todo con la carga vital de una joven que descubre con asombro lo que la rodea en aquella gran metrópoli, de contacto epistolar casi diario con sus padres para agradecerles el sacrificio y para que no sintieran tan fuerte el vacío de la separación.
Estuvo allí con dos compañeras canadienses: Bernadette y Aline.
Las dos la veían como una joven amable, olvidada de sí misma para darles gusto. Muy aplicada al estudio de la música, pero capaz de romper la monotonía y reírse con cualquier nimiedad. Dina era muy alegre, reía fácilmente y aceptaba bien que le tomáramos el pelo sabiendo captar las bromas.
Tenía una voluntad bien disciplinada, firme pero moderada de dulzura. Mucho orden y cuidado de las cosas, pero nunca hacía alusión al hecho de que las otras no lo teníamos… Hacía ver que no se daba cuenta.
 Era más bien tímida, pero se sobreponía cuando había que amenizar a los demás. En una conversación, tenía siempre a punto la palabra necesaria para llevar a su interlocutora a sentirse ancha. Era reservada,  el alboroto no le era natural, pero era tan amable que nadie podía imaginar los esfuerzos para ser divertida.
Su carácter fuerte, manifestado desde muy pequeña, seguía traicionándola y haciéndola sufrir. Un día, le hicieron bruscamente una advertencia sobre su manera de tocar el piano. Bernadette cuenta: Yo estaba en mi habitación. Cuando la vi entrar, me llamó la atención su extrema palidez y le pregunté: ¿Qué te pasa? ¿estás enferma? Ella se puso a llorar. Yo repetí mi pregunta… A través de las lágrimas, me dijo: “Yo soy sólo una orgullosa. Lo que acaban de decirme es la verdad”. Dina aceptaba aquella observación un poco exagerada, pero su temperamento se rebelaba. Después de unos años, se encontró con aquella persona y estuvo tan discreta y amable que nadie pudo imaginar que un día le había dicho algo muy desagradable.
 Bernadette, con la que compartía la habitación, le propuso en Semana Santa rezar durante la noche del Jueves al Viernes Santo. Dina se sintió feliz, pero no quería que las otras compañeras se dieran cuenta. Escondimos la luz y rezamos durante una hora.  Dina fue siempre fiel al reglamento de vida espiritual que se había trazado en Quebec. Habría podido dispensarse de la Misa diaria teniendo en cuenta su salud, pero ni soñó hacerlo. Aline añade que todos los días al atardecer, la veía rezando con fervor, de rodillas en el comulgatorio, sin moverse con la cabeza entre las manos, durante media o tres cuartos de hora.
En vacaciones, Bernadette cuenta que fueron en barco a Chicoutimi (Quebec). A la vuelta, por un mal entendido, las cabinas reservadas no estaban libres. Al atardecer, llegó al salón donde estábamos un viajero medio borracho. Dina vio mi gran inquietud y dijo: “Tú verás,  tendremos una cabina” y empezó a toser. Un empleado al oírla le ofreció una manta de lana, pero ella siguió tosiendo. Hacia la una de la madrugada, el empleado volvió triunfante diciendo que tenía una cabina para nosotras. Al entrar en ella, Dina sentada sobre la cama, empezó a reír: “Te había dicho que tendríamos una cabina”. Por el momento lo encontré muy divertido, pero después me di cuenta que organizó la estratagema, para ayudarme al ver mi inquietud. 

sábado, 26 de noviembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus amigas y vecinos
Ahora vamos a seguirla de cerca en su vida de joven en Quebec, antes y después de su estancia en Nueva York. De 16 a 24 años es un largo periodo para saber cómo era Dina. Sus amigas nos lo dicen:

Yo tenía 15 años y ella unos 20. Me ofreció ayudarme en mis deberes escolares. Iba a su casa y le mostraba mis composiciones literarias o le pedía ayuda para resolver los problemas de álgebra. Gracias a sus precisas indicaciones y por el don innato que tenía de comunicar sus conocimientos, llegué a ser muy pronto fuerte en matemáticas. Me ha fascinado siempre, sobre todo, por su alegría joven y comunicativa. Sabía reírse y tomarnos el pelo. La encontraba muy guapa y la admiraba, sin comprender exactamente que su personalidad tan atractiva era sólo la irradiación de una vida interior intensa. Era extremadamente dulce y su alma de artista se revelaba límpidamente cuando tocaba con brío las piezas de los más grandes músicos.
No protestaba cuando se le pedía que tocara una composición musical. La ejecutaba enseguida. Quería dar gusto a todos. Nunca se vanagloriaba de sus talentos musicales. Sus éxitos no se le subían a la cabeza.
Cuando salió del pensionado, hablábamos sobre todo de música. Entonces tenía grandes ambiciones, incluso vislumbraba en el horizonte el Premio de Europa. Hoy me parece que su pretendida ambición era sólo para ocultar que su único objetivo era el gran amor a Dios que la invadía.
Era muy caritativa con los pobres. Podía trabajar día y noche para ayudar a los que le pedían algo, confeccionándolo incluso con sus manos. Parecía que comprendía todas las miserias y que sabía curar todas las heridas. Tenía una buena palabra para todos, su servicialidad era a toda prueba y a cada instante.
Una vecina dice: Dina era una joven muy distinguida, no caprichosa, generosa. No pedía nada a sus padres, se contentaba con todo. Nosotros éramos pobres, yo tenía once hijos. Cuando mi marido le pidió ser la madrina de una de mis hijas, ella se sintió contenta y honrada. Desde Nueva York, a pesar de su mucho trabajo, nos escribía una vez al mes.
Estaba atenta a lo que necesitaban los demás. Una compañera nos dice: En un sainete musical yo tenía que jugar el papel de pordiosera; no tenía un abrigo oscuro y no sabía qué hacer. Dina espontáneamente me prestó el suyo después de haberle quitado los botones, lo que lo hacía más miserable.
Alguien que la conocía muy bien afirma que Dina tuvo que sostener luchas a causa de su carácter, pero que los esfuerzos y el progreso fueron constantes. Los contratiempos y las serias decepciones que encontraba en su camino no sacudían su serenidad, ni desdibujaban la sonrisa que la hacían tan atrayente.

viernes, 18 de noviembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus compañeras

Hoy voy a compartirte cómo la veían sus compañeras de clase ¿Quieres?.

Dicen que Dina era siempre puntual y atenta en clase. Nunca encontró pretextos para no ir al colegio. Muy dotada, estudiosa, metódica en su trabajo, no perdía un minuto. La mejor en todas las materias. Llegaba la primera, sin vanagloriarse. Muy generosa: un día, quiso dejar a otra, que tenía una décima de puntos menos que ella, el primer puesto por el que había luchado y al que tenía derecho. Dejó el testimonio de alumna buena, única en su género.

Una dice que era un poco nerviosa. Más bien tímida, pero hacía esfuerzos por vencer la timidez. Un poco vergonzosa debido a su altura superior a la media. La expresión algo temerosa de sus ojos hizo que la llamaran en broma “nuestra pequeña gacela” y eso la divertía. A pesar de su timidez, si se trataba de ayudar a sus compañeras, lo hacía. Si algunas hacían travesuras, jamás las denunciaba, pero decía la verdad si le preguntaban. No mentía nunca.

Era dócil a lo que le indicaban sus maestras, mejor que nosotras, por eso la ridiculizábamos llamándola Santa Dina, divina Dina. No era por maldad, era para tomarle el pelo, aunque había un fondo de admiración. 

Era muy humilde y no  tenía pretensiones. Lo hacía todo naturalmente. Era sencilla, delicada, distinguida y fácil de abordar. No hablaba de sí misma y menos de sus talentos; si se mencionaban, simplemente lo agradecía. Buscaba desaparecer. No tomaba los primeros sitios en las reuniones. Hablaba poco, pero cuando lo hacía, sus conversaciones eran serias, agradables y de una gran amenidad, informándose de todo lo que nos interesaba.

Se olvidaba de sí misma, para pensar en los demás. Tenía siempre una buena palabra para los que la contrariaban. No le gustaba cuando se hablaba mal del prójimo. Sabía excusar sus defectos. En sus conversaciones jamás había una crítica, ni una palabra desagradable para los otros. Cuando se hablaba de alguien, ella buscaba siempre encontrarle una buena cualidad. Una compañera cuenta que nunca le oyó una crítica; si yo criticaba alguna vez, ella encontraba siempre una excusa suponiendo buenas intenciones; corregía mi juicio pero sin ser dura. No he sabido que hiciera sufrir a nadie; era demasiado delicada para ello.

Tenía un carácter fuerte, pero siempre el mismo humor. En el dormitorio estaba junto a ella y por la mañana la veía siempre con la misma sonrisa. En un examen de música le preguntaron algo que la sorprendió y aturdió; enrojeció y pareció muy contrariada pero pronto retomó el habitual dominio de sí misma. Era lenta y una vez, su madre le reprochó el hacerme esperar; no se enfadó, sonrió humildemente.


Su vida se transparenta en sus escritos como en un espejo. Sus compañeras, al ser preguntadas sobre ello, dicen: lo que cuenta de su infancia y adolescencia es verdad. Veíamos que algo la llenaba por dentro.

jueves, 10 de noviembre de 2016

TESTIMONIOS: Sus padres

Hemos seguido a Dina a lo largo de las distintas etapas de su vida: familia, infancia, colegio, juventud, estudios de piano y armonía, Nueva York, fiestas, conciertos, vida religiosa, apostolado, enfermedad…. Una vida ordinaria, como la de muchas personas, pero vivida extraordinariamente en clave única: Dios.
Los grandes dones que Él le regaló pasaban desapercibidos a los ojos de quienes convivían con ella, pero se reflejaban en el pentagrama del día a día, vivido con fidelidad exquisita a ese Dios que se le comunicaba y al que ella permanecía a la escucha, para no perder ninguna nota de la sinfonía.
La partitura de su vida no sería completa si no oímos algunos testimonios de quienes la rodearon: Empecemos por sus padres.
Su madre dice:
Trabajó en su carácter   
A Dina no le gustaba ser contrariada, ni que la corrigieran, tenía un carácter fuerte. En sus primeros años tenía sus pequeñas crisis cuando la contrariaban. Una vez le pedí algo y muy enfadada me dijo “no”. Su padre quiso darle una lección pataleando con ella… Dina comprendió y no lo hizo nunca más. ¡Cuánta fuerza de voluntad para vencer su fuerte temperamento!   

Asumía con paz los acontecimientos que trae la vida

Cuando les llegó un revés de fortuna, fue ella quien consoló a su madre.
A la mamá le gustaba cantar y dejó de hacerlo. Dina se da cuenta y le dice: “Dios sabe lo que hace. Quizás, estarías orgullosa de la casa o de tus vestidos. Tal vez, Dios lo quiere así”. Otras veces para animarme decía: “espera a mañana, esto cambiará”.  
Cuando su madre tuvo el accidente que le impedía ir a Nueva York, a pesar del sacrificio que hacía, dijo simplemente: “Si no puedo dejar la casa, me quedaré”.
Sus padres cuentan:
Mantenía su vida de oración 
Dina se acostaba tarde y por la mañana, por cansancio, era lenta al levantarse, pero nunca dejó de ir a Misa de 7. Se apresuraba en hacer los deberes del colegio, para orar ante el Santísimo por la tarde. Sus padres dicen que después de comulgar se la veía totalmente absorta en adoración y cuando rezaba con ellos estaba muy atenta. Su padre dice: era muy discreta sobre las gracias que recibía.  
Fidelidad en el día a día
Era muy enérgica y tenaz en sus voluntades y, sobre todo, si la cosa era justa, perseveraba en ello. Tenía gran espíritu de familia. Era muy sensible. Le gustaba el orden.
Llevaba una vida tranquila. Tres o cuatro horas al día practicaba la música. Era agradecida por todo y encontraba que hacían demasiado por ella.
Desde niña amaba la naturaleza, admiraba las maravillas de Dios, sobre todo las flores, los pájaros, la belleza de las nubes, los árboles, el firmamento, los claros de luna; todo servía para alabarle.
Muy generosa, compartía sus cosas con los demás. Siempre fue fiel en decir la verdad y manifestar su pensamiento sin disimulo. Sus padres añaden no haberle reprochado nunca una mentira. Era respetuosa, al oír una crítica decía: “No sabemos su intención”.  

lunes, 31 de octubre de 2016

Llegó a ser santa


 La fama de santidad de Dina se extendió muy pronto. Casi inmediatamente después de su muerte  se divulgaron muchos escritos narrando su vida. Muchas personas los han leído, sobre todo su Autobiografía, traducida a varias lenguas y que en francés ha alcanzado ya la quinta edición. Los que la leen se quedan asombrados de la obra de Dios en una simple criatura. Sus restos están en la capilla de nuestra casa de Sillery en Quebec  y se multiplican las visitas a su tumba, para rezarle y pedirle innumerables favores.

El 20 de marzo de 1993, el Papa Juan Pablo II la proclamó beata  en la Basílica de San Pedro en Roma. En su homilía, tomó las palabras de San Pablo para decirnos: “Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios”. Esto fue lo que hizo Dina a lo largo de su vida, dándonos también un testimonio luminoso de  diálogo íntimo con Jesús a quien buscó siempre con toda la finura de su sensibilidad y cuyos dotes para la música la prepararon para acoger la presencia divina y dirigir una alabanza a Dios que va más allá de las palabras. Dina encontró la perla escondida, el tesoro de que habla el Evangelio y por el que se está dispuesto a venderlo todo.
En su vida, encarnó a la perfección el carisma de su Fundadora: revelar la bondad operante de Cristo. Su corazón apostólico se consumió ardiendo para hacer conocer y amar a Jesús y a María hasta los confines del mundo.  No le bastó esto, ella quiere continuar su misión en la eternidad mendigando el amor en provecho de todas las almas, para la mayor gloria de Dios.
Por su testimonio profético, escrito a petición de sus superioras, Dina alcanza a los jóvenes, los adultos, los sacerdotes, las personas consagradas, los artistas, los enfermos, en una palabra todos aquellos que mirándola se abren al Amor de Dios, el único capaz de transformar una vida y de dar la verdadera alegría.

Esta es la estela que dejan los santos. En la tierra su vida termina, pero su luz sigue iluminando el sendero, para que no nos dejemos aprisionar, ni nos estanquemos en el barro del camino. Los santos han sabido vislumbrar muy lejos. Si les dejamos, nos pueden levantar sobre sus hombros, para que también nosotros podamos ver más lejos, como un padre levanta a su hijo cuando no puede ver lo que no le permite su corta estatura…  Dina está dispuesta a hacerlo ¡Déjate levantar por ella!

jueves, 20 de octubre de 2016

¿Quién fue Dina?

Dina, una criatura sencilla, marcada  de una gran sensibilidad artística, que sólo desea “amar y dejar hacer a Jesús y a María”. No sólo fue una joven pianista, compositora, apostólica y mística, dotada de un gran talento musical, aplaudida y alabada, con un porvenir brillante al que renuncia para darse totalmente a Jesús, sino la religiosa que en silencio se deja capturar plenamente por Jesús con una intensa experiencia espiritual. Dios solo fue su todo y nunca le dijo no; en Él se consumió su existencia con respuestas ininterrumpidas de fidelidad a la gracia.
Nosotros no podemos entender lo que significa adentrarse en las profundidades de un Dios que es Trinidad. Yo tampoco te lo sé explicar. A Dina, Dios le hace este regalo y ella nos lo cuenta sencillamente en su Autobiografía con toda la belleza y sensibilidad de la artista siempre atenta a la voz interior de Jesús.  Pero, mira, la santidad de Dina no está precisamente en estos aspectos extraordinarios comparables a los de muchos grandes místicos. Ella fue santa porque jamás negó nada a Dios, hizo de su vida una rapsodia interpretada en clave de amor, sobre una partitura del Evangelio: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.”

Después de su muerte, la constatación fue unánime para decir que la santidad de su vida respondía a lo que había escrito y que gracias a su gran reserva pudo esconder a los ojos de los demás, sin que nadie pudiera imaginarlo.
Los testimonios recibidos hablan de una fidelidad constante a la gracia, de haber sido siempre  muy sincera, de no recordar que haya hablado nunca mal de nadie, de saber tomar siempre la parte de los otros cuando se hablaba contra ellos, de tener siempre una buena palabra para todos, de no haberla visto nunca desanimada ante los momentos difíciles o durante su dura enfermedad, de no quejarse nunca aceptándolo todo sin manifestar sus gustos o repugnancias, de asumir lo que le cuesta y seguir después alegre, de haber sido muy ingeniosa para pasar desapercibida y hacer valer a los demás, de ver la cantidad de trabajo que había hecho a pesar de estar enferma y retirada en la enfermería,  de haber sido siempre muy buena con sus alumnas, de hacerlo todo con gran sencillez y no hacerse notar en nada, de no vanagloriarse nunca de su talento musical sabiendo realzar siempre el de los demás.

Tal vez, tú puedes decir lo mismo que formuló una joven que había vivido con ella: “Yo tenía una amiga santa y no lo sabía”. Sí, Dina puede ser hoy tu amiga y tú no te arrepentirás de serlo de ella. 

lunes, 10 de octubre de 2016

Llega el final

Se acerca otro momento importante en la vida de Dina. Llega el tiempo en el que en la vida religiosa los votos hechos hace cinco años se renuevan y esta vez son para siempre. Ella, en su corazón, ya les había dado este carácter perpetuo aquel 15 de agosto de 1923, pero ahora iba a hacerlo públicamente. Han pasado estos años y Dina es consciente de estar totalmente absorbida por Jesús, de que sólo busca dejarle hacer; la gracia llena su vida y ella se esfuerza dándole siempre respuestas de fidelidad.

Dina ha gustado y gusta la experiencia de Dios y le quema el deseo de comunicarlo a los demás. Si su actividad apostólica fue reducida por la enfermedad, no lo fue su espíritu misionero. Su impulso apostólico de trabajar por la salvación de todos los hombres toma la dimensión del mundo. Quiere recorrer el universo y descubre que su misión en la eternidad, desde ahora hasta el final de los siglos, es y será irradiar por medio de la Virgen el amor de Jesús sobre todas los hombres. Jesús ha dicho: “Pedid y recibiréis…”  Segura de esto, Dina dice: “en el cielo yo seré una pequeña mendiga de amor; he aquí mi misión y la empiezo inmediatamente.” Ha comprendido que los hombres son solidarios unos de otros, tanto en la vida espiritual como en la social, y ella se siente solidaria del mundo entero, amando y dejando hacer a Jesús y a María. Dina quiere que todos se salven, que nadie se pierda; por eso afirma “quisiera cerrar el infierno para siempre”.
Ser solidario de los demás no es siempre fácil. Es agradable cuando la solidaridad lleva a compartir éxitos, momentos felices… es dura cuando hay que practicarla en silencio, en la soledad, sin ver resultados… Esto es lo que vive Dina en un sencillo cuarto de una enfermería. Su vida se va gastando y su apostolado queda en el silencio alegre del anonimato, viviendo en fe aquello que Jesús le va presentando en cada momento y que ella le quiere dar porque sigue dejándole hacer…

La enfermedad sigue su curso y el sufrimiento no cambian en nada su preocupación por los demás. A ratos es tan intenso que necesita decir. “Jesús ven aprisa a darme valor”. A partir de julio 1929, Dina deja de escribir; las fuerzas no le permiten hacerlo. Sin embargo, por fidelidad sigue diciendo a su superiora lo que vive en su interior. Los demás que la visitan no sospechan nada, solo admiran la serenidad, la alegría y la amabilidad que muestra a todo el que se acerca. No pierde la sonrisa por la que luchó un día al comienzo de su vida religiosa. Sus padres la visitan y ella sufre de verlos sufrir.

Después de haber vivido una vida ordinaria pero llena de un amor extraordinario, llega el 4 de septiembre de 1929. Hacia las tres de la tarde, unas breves respiraciones muy tranquilas, casi imperceptibles, abren para Dina el encuentro definitivo con Jesús.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Vida apostólica

Sigamos a Dina. El médico le detecta un principio de enfermedad más seria que la anterior. Esto la lleva a tomar y a interrumpir varias veces la enseñanza. Dina hace el sacrificio de tener que dejar a las alumnas que ha conocido, querido y con las que ha sido siempre una excelente educadora.  A veces, cuando las cosas no son como las hemos previsto se necesita una gran indiferencia para aceptarlas y asumirlas. Dina experimenta sus límites y con ello el sentido de criatura frente a Dios y tiene que renunciar a muchas cosas,  para seguir poniendo a Jesús como su único Principio y Fundamento. 

Varias veces, Dina se da con pasión a la enseñanza de la música entre Saint-Michel y Sillery. Su frecuente permanencia en la enfermería la aleja a menudo de la enseñanza pero no logra apagar su ardor apostólico. Dina sabe que ante muchas posibilidades atractivas hay que escoger algunas y renunciar a otras; lo ha hecho ya antes de entrar en la vida religiosa y ahora está convencida de que esto es “amar y dejar hacer a Jesús y a María.”                                                                     
Por otra parte, Dina no olvida nunca que la vida religiosa es una consagración para la misión y que ella forma parte de una Congregación esencialmente apostólica. La misión es una pasión por Jesús y al mismo tiempo es pasión por la humanidad. Ahora tiene que dejar la enseñanza pero no el apostolado. Cuando no puede estar con las alumnas, se multiplica ayudando a sus hermanas a través de composiciones musicales, trabajos literarios, traducciones en inglés, correcciones de ejercicios, copia de registros, poesías, sainetes para fiestas, escribiendo cartas a exalumnas, amigas y familiares que solicitan su ayuda o a alguna religiosa, profesora de piano, convirtiendo esta correspondencia en unas auténticas lecciones de música.  La inactividad impuesta por la enfermedad fue totalmente apostólica y así fue plenamente contemplativa en la acción.

En una de sus estadías en Saint-Michel, empieza a escribir en marzo 1924 su Autobiografía de la que ya te he hablado. En ella nos descubre las etapas de su andadura mística. Es un texto fascinante, un diálogo con Jesús que la va llevando, en medio de noches oscuras y de grandes consolaciones, a unas cumbres insospechadas de la grandeza de Dios. No te lo sé traducir; hay que leerla directamente porque en muchos momentos es un abismo que da vértigo. Si un día la lees, no olvides que está escrita por una persona de marcada sensibilidad artística y, como te dije, con un lenguaje espiritual de principios del siglo XX, muy distinto al que nosotros usamos hoy. Además tiene que plasmar las etapas más profundas de su contemplación de la Trinidad, con un diálogo que va más allá de lo humano, una sinfonía entre Dios y Dina que a menudo sólo el silencio puede transcribir o hay que utilizar términos absurdos al lenguaje humano para poder expresar realidades tan profundas que a nosotros se nos escapan.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Profesora de piano

Empieza para Dina su vida apostólica. La envían al colegio de Saint-Michel de Bellechasse para remplazar, como profesora de música, a una religiosa enferma.
Cuando ésta regresa, Dina vuelve a Sillery donde sigue enseñando pero sólo ocho días.  Tienen que retirarla y permanecer aislada durante una cuarentena, porque ha contraído una enfermedad contagiosa, al cuidar en Saint-Michel a una alumna con escarlatina. En la enfermería, le duelen dos cosas: no poder comulgar durante varios días pues está aislada y saber que sus hermanas están sobrecargadas de trabajo con los empleos que ella no puede realizar.
En esta larga soledad, Jesús se vuelca y le enseña a vivir totalmente abandonada a su acción. Jesús se substituye a ella y  ella le deja hacer. Dina nos dice: “Ya no somos dos: Jesús y yo. Somos uno: Jesús solo. Él se sirve de mis facultades, de mis sentidos, de mis miembros. Él es el que piensa, quiere, hace, reza, mira, habla, anda, escribe, enseña, en una palabra, el que vive. Yo soy toda pequeña en medio de su Corazón, tan pequeña que sólo Él me puede ver. Se lo he abandonado todo… Mi único empleo es contemplarle y decirle sin cesar: ¡Jesús, te amo…! Es el canto del cielo, mi eternidad ha comenzado. ¡Soy feliz!”. Ahí está su ideal: ‘dejar hacer a Jesús’. Ese ideal la llevará a la cumbre de la unión íntima con Dios.  Ese dejar hacer no significa no hacer nada, ella va a llenar su vida apostólicamente amando y como sabe que el amor no puede ir vacío de sufrimiento, quita una parte de su última divisa y se queda sólo con “¡Amar!”
El 7 de diciembre, Dina sale de su aislamiento después de habérselo alargado otros nueve días. Retoma la enseñanza y otros empleos con las alumnas. Es feliz dándose a los demás. En un retiro de fin de año, consciente de que la Virgen está siempre a su lado para ‘dejar hacer a Jesús’, quiere también dejarle hacer a Ella. Desde este momento encuentra la divisa que ha buscado largo tiempo y que resume todas sus aspiraciones. “Amar y dejar hacer a Jesús y a María”. Un eco del “ama y haz lo que quieras” de San Agustín.
Para ella: Amar, es hasta la locura, hasta el martirio. Dejar hacer a Jesús, es el abandono total, es dejarle obrar libremente. Dejar hacer a María es confiarle el que Jesús pueda realizarse plenamente en ella.  Así se sabe totalmente apostólica, porque dejar obrar a Jesús es hacer suya la obra de salvación de toda la humanidad.

Nos encontramos ante alguien que ha desaparecido totalmente, para que Jesús sea el único que vive en ella. Dios lo sobrepasa todo y sólo Él puede llenar con su infinitud nuestra pequeñez. Lo que un día pronunció en el Jordán Juan Bautista: “Es necesario que Él crezca y yo mengüe”, se ha realizado de tal modo en Dina que este crecimiento ya lo ha invadido todo y la ha substituido totalmente.

Esta substitución será el hilo conductor de toda su vida y la llevará hasta querer agotar a Jesús, el Infinito, para poder satisfacer plenamente al Infinito. “Agotar el Infinito, satisfacer el Infinito”, palabras absurdas en el lenguaje humano.  Dina nos dice que no importa, porque en el cielo no hay palabras, el amor es el lenguaje sublime y lo que ella no es capaz de expresar, le basta saber que Dios lo entiende.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Religiosa de Jesús-María

Dina sigue un camino ascendente. Crece su intimidad con Jesús, se identifica con Él . Sigue oyendo la voz, que desde pequeña había oído en su interior, a menudo no sólo durante la oración, sino también en el trabajo e incluso durante los momentos de recreo. Exteriormente, como siempre, nadie nota nada. Comparte con sus compañeras, se divierte con ellas y en su interior el Señor se le comunica. En ella domina cada vez más la confianza en Jesús y, a veces, se toma la libertad de decirle locuras, sí locuras ¿Verdad que cuando dos seres se aman mucho no se encuentran las palabras adecuadas para expresar este amor…?  Jesús se va convirtiendo cada vez más en la “Vida de su vida” y, un día ella oye que le dice: “Soy Yo el que obra en ti y por ti, en adelante te llamarás Jesús, pero cuando hagas alguna tontería, eso vendrá de ti y te llamarás Cecilia”.  Y ¿sabes?,  Dina se da cuenta de sus ligerezas y entonces oye una voz que le dice: “esto lo ha hecho Cecilia”. Jesús empieza a substituirla y esta substitución, que irá creciendo, traduce lo que dice San Pablo: “ya no soy el que vive, es Cristo quien vive en mí.”
Su amor a la Eucaristía que, desde su Primera Comunión la había invadido, aumenta. Un día, mientras está delante del Santísimo expuesto en la capilla del noviciado, le parece ver una multitud de personas que van por mal camino. Jesús le dice que puede salvarlas, rezando por ellas y ofreciéndole pequeños sacrificios; como verdadero apóstol lo hace inmediatamente y ve cómo vence la gracia y los que iban por mal camino lo abandonan. En muchos momentos tiene una sed ardiente de salvar almas y siente por ello una gran responsabilidad que la va a perseguir toda su vida. No puede encerrarse en su vida interior; necesita abrir espacios para los demás. A menudo Dina repite: “Dios mío, te pido la gracia de vivir y morir mártir de amor, víctima de amor, apóstol de amor” En junio de 1923, su divisa se va perfilando: “amar y sufrir.” En ella, todo es una ascensión constante y rápida. Su amor y su deseo de unirse a Dios son tan intensos que, con Santa Teresa, puede decir: “Muero porque no muero…”
A medida que pasan los días, en Dina va creciendo el deseo de pertenecer radicalmente a Jesús, de entregarse totalmente a Él por medio de los votos de obediencia, pobreza y castidad. Han pasado ya dieciocho meses desde que empezó el noviciado y llega el deseado 15 de agosto de 1923. Sus padres están presentes, uno de sus primos celebra la Misa, también está allí el sacerdote que la había dirigido espiritualmente la mitad de su vida.
Dina pronuncia públicamente los votos que privadamente ya le había ofrecido al Señor.  Bernadette,  su amiga de Nueva York, profesa también el mismo día. Dina ya es Religiosa de Jesús-María, la Congregación fundada en Lyon (Francia) por Claudina Thévenet en 1818.

Antes de dejar el noviciado plasma sus sentimientos en una poesía; es el ideal que la persigue: “Jesús, yo seré santa”.

lunes, 29 de agosto de 2016

Noviciado

Aunque sabemos que Dina tiene ahora un nombre nuevo, nosotros la seguiremos llamando Dina, porque nos resulta más familiar.
Empieza el noviciado y su leitmotiv es no negar nada a Jesús. Tiene ganas de entregarse del todo a Él.  En su corazón quema el fuego del “magis” ignaciano y  quiere siempre dar más y más a Jesús siendo en todo fiel a la gracia. Resume sus deseos diciendo:  Jesús, quiero ser santa y con tu gracia lo seré. Querer ser santa es tener muy claro en la vida el primado de Dios y trabajar para su mayor gloria.
Por el bautismo todos, también tú y yo, estamos llamados a ser santos y, ser santos no es otra cosa que desarrollar al máximo la gracia recibida aquel día. Por nuestra negligencia, las cuerdas del amor, a veces, se desafinan, y es necesario afinarlas constantemente; a menudo no somos capaces pero Dios, si le dejamos, se encarga de hacerlo. Dina, con su temperamento artístico, siempre sensible e incondicionalmente fiel a la gracia, quiere mantener el arpa de su vida muy afinada, para que Jesús pueda tocarla siempre. La divisa que se trazó al salir del Pensionado: “Antes la muerte que el pecado”, ya no le basta; quiere impregnarlo todo de amor y que aparezcan en su divisa los nombres más queridos. Encuentra lo que desea: “Jesús y María la ley de mi amor y mi amor la ley de mi vida”.

Dina se dedica a distintos trabajos propios del noviciado: limpieza, costura, lavadero, estudio… todo lo que la va preparando para la vida religiosa de enseñanza. Toma parte en los recreos y diversiones. Como es muy aguda, escribe sainetes en los que ella misma representa papeles divertidos.

Sigue dando clases de piano; quiere mucho a todas sus alumnas pero, siguiendo las preferencias de Claudina, Fundadora de su Congregación, sus preferidas son las menos dotadas.
Personalmente, continua el estudio de la música y se inicia también en el trabajo literario. Repasa las reglas de la versificación y comienza a componer poesías. Al principio no encuentra facilidad y, según ella, tiene más tiempo el diccionario en su mano buscando palabras, que dejándole reposar sobre la mesa. No se desanima y con la ayuda del Señor, las rimas fluyen más fácilmente. ¿Será que se empieza a cumplir lo que Jesús le había dicho: “harás bien por tus escritos”? Nunca llegó a entender del todo el sentido de estas palabras. Poco se imaginaba que sería  a través de su Autobiografía.

Los días pasan. A Dina no le acompaña siempre el fervor sensible; hay largos momentos en que Jesús calla, pero su voluntad es fuerte para seguir con el deseo de no negarle nada. Cuando la oscuridad es más grande, se pone en manos de María para no rebajar nada al “más” que ha prometido a Jesús. El sufrimiento está presente en medio de grandes consuelos.  No quiere dejarse llevar de la ilusión, necesita discernir  y aunque, por ser muy reservada  y tímida, le cuesta mucho comunicar lo que vive en su interior, lo comparte sencillamente con la religiosa responsable del noviciado. La obediencia “ante todo” es una característica que Claudina quiso imprimir en su Congregación,  Dina la hace totalmente suya y nos dice que la obediencia fue siempre su refugio.

jueves, 18 de agosto de 2016

Si empiezas…

 Dina entra en el noviciado y lo primero que lee en un mural es: “Si empiezas hazlo con perfección”. Esto le impresiona fuertemente y está dispuesta a vivirlo. La vida común sigue siendo para ella un gran sufrimiento, no porque no quiera a sus compañeras, daría la vida por cualquiera de ellas pero, dada su gran sensibilidad, las pequeñas dificultades  le ofrecen la posibilidad de un  constante olvido de sí misma. 
Por nada del mundo abandonaría su vocación, pero la nostalgia la sigue aún durante algunas semanas. Ella escribe: “A veces, cuando me paseaba sola, me venía la idea de irme sin sombrero ni abrigo o durante la noche de escaparme por una ventana.” Lucha sin parar y le duele dejar que aparezcan exteriormente sus sentimientos naturales porque, a veces, le saltan las lágrimas. Decide emprender el trabajo de sonreír siempre porque, ella misma se dice, “un santo triste es un triste santo”. Jesús le hacía comprender que la verdadera alegría interior tiene que reflejarse al exterior. No siempre es fácil. Si alguna vez lo has probado, sabes lo que cuesta  no poner cara triste cuando fastidian las cosas de fuera.

Los días pasan. Empieza a dar clases de piano. Le encanta y se propone que Jesús sea el verdadero profesor. No le resulta difícil porque sabe que Jesús vive en ella. Las clases son momentos felices para ella y para sus alumnas; es exigente pero tan amable que todas la recuerdan con gran cariño.
Jesús sigue comunicándose en su interior. Dina lo escucha para agradarle en todo. Un día, en Navidad, Jesús la invita a jugar y le dice que el que ame más ganará. El torneo se va haciendo difícil, pero al final quedan empatados porque Dina, ante todo el amor que Jesús le presenta, le dice que ella le ama con este mismo amor. Otro día, el juego se hace más complicado, porque esta vez es el juego de la cruz y ganará el que la lleve mejor. Va viendo que Jesús gana; las respuestas de Dina son cada vez más vacilantes, hasta que se le ocurre volver su mirada a la Virgen suplicándole le ayude. La luz no tarda y Dina le dice a Jesús que une sus pobres cruces a las suyas y así adquieren el precio de la cruz de Jesús. Otra vez empatan. ¿Te parece un juego infantil? No lo creas, cuando se ama de verdad, se dicen cosas que los demás no entienden, pero los que se aman necesitan expresarlo de mil maneras.

Llegó el 15 de febrero de 1922.  Pero ¿qué pasa este día? No sé si sabes que en la vida religiosa hay un primer periodo de prueba, antes de empezar el noviciado propiamente dicho. Este periodo  terminaba con una ceremonia en la que a la joven, además del hábito, le daban un nombre nuevo.  Dina, en adelante, se llamará María de Santa Cecilia de Roma. Para ella fue una alegría inmensa. El nombre empezaba por el mismo nombre de la Virgen y, como buena pianista, no podían haberle añadido uno mejor que el de Santa Cecilia, patrona de la música, a quien ella había querido siempre mucho y a quien invocaba desde hacía mucho tiempo. Además Santa Cecilia colmaba sus aspiraciones: virgen, mártir y apóstol.

lunes, 8 de agosto de 2016

Nostalgia

Amaneció el 11 de agosto de 1921. Sus padres la acompañan al noviciado que las religiosas de Jesús-María tienen en Sillery (Quebec). 
Ella cuenta que en su interior reinaba la oscuridad y la repugnancia, pero que apenas traspasó la puerta, una fuerza interior le obligó a decir: “ya estoy en mi casa”. Esto la convence de que está donde Dios quiere, sin quitarle la mezcla de sentimientos naturales que vive todo el que está en tinieblas. Sus deseos de soledad, sus ilusiones por la vida religiosa habían desaparecido, y por otra parte sabía que Jesús estaba con ella. Cuando a uno algo le cuesta mucho, pero piensa que está haciendo lo que debe hacer, ¿verdad que siente una mezcla de paz, angustia y seguridad…? Hay algo inexplicable que hace sufrir, pero que al mismo tiempo da alegría. Esto le pasó a Dina.
Te cuento que Dina no es la primera, ni la única que tiene estos sentimientos, que en el fondo se resumen a no entender lo que pasa. Hubo una mujer, la Virgen, que tampoco entendió nada en Nazaret cuando un ángel le anunció el misterio más grande que iba a ocurrir y, sin embargo, dio su SI sin verlo todo claro. Aunque el “SI” que estaba dando Dina no tiene comparación con el que dio María, es muy posible que la tuviera presente en estos momentos porque, aunque no te lo he dicho antes, Dina, desde siempre, quería mucho a la Virgen y a Ella acudía en los momentos difíciles.

Con todo esto, no creas que, durante aquellos primeros días la vida se le presentó fácil. Dina sigue a oscuras y la tentación y el desaliento la persiguen. Todo le parece casi imposible. “Y tú vas a vivir aquí hasta el fin de tus días? ¿Te vas a someter a estas exigencias que son una carga?” El vivir en común es de las cosas que más le cuestan…
En ella nace una gran nostalgia de su casa. Nadie nota nada, ni lo va a comunicar a nadie, sólo van a saberlo unos seres muy discretos. Un día en el jardín descubre el gallinero y con el corazón oprimido dice a las gallinas: “Vosotras estáis en vuestra casa, ¡aprovechaos bien, sí aprovechaos!”. Así está su estado de ánimo… Además, piensa que no tendrá la posibilidad de poder vivir su vida de oración en soledad; en varios momentos del día todas se reúnen en la capilla para una oración en común y Dina cree que ya no podrá hablar íntimamente y a solas con Jesús. Ella buscaba otra cosa… Un día revive el primer momento cuando una voz le obligó a decir “estoy en mi casa” y se da cuenta de que todo lo que está sintiendo no viene de Dios… Lo rechaza y renueva su gran deseo de fidelidad.

Después llega el retiro para prepararse a la entrada oficial al noviciado y vuelve la luz y la paz. Durante estos días recibe dos grandes gracias: vuelve la comunicación íntima con Jesús y siente que Dios le toma el corazón y en su lugar pone los de Jesús y María. Ella no sabe cómo describirlo. Ya no tendrá que buscarlos fuera, los posee en su interior. El Señor le reserva gracias cada vez mayores. En Dina va a empezar una ascensión continua que nos la dará a conocer a través de las divisas que se irá dando a sí misma. Ahora lo resume en: “obedecer ciegamente, sufrir con alegría, amar hasta el martirio.”

jueves, 28 de julio de 2016

Dios la llama

Han pasado tres años desde que Dina volvió de Nueva York. 
Hemos visto su vida en la ciudad. Ahora, las vacaciones las pasa en el campo. La naturaleza la atrae de una manera muy especial. Se conmueve ante un crepúsculo, un claro de luna, las plantas, las flores, los frutos, los arroyos, los ríos, las mariposas y los trinos de los pájaros. Como amante de todo lo bello, en la naturaleza ama el orden, el silencio en el firmamento, en los astros, su belleza, su infinitud. Es como una amante que se deja arrebatar y todo la dirige hacia Dios ayudándola a unirse a Él. Sin duda, su interior lleno de música y armonía la hace gozar intensamente y extasiarse ante las maravillas de la creación. Dina es como un arpa que vibra con la belleza. 
El contemplador es un ser salido de sí mismo, es exactamente un alma admirada, emocionada y agradecida que tiene la gran capacidad de asombro. Dina es una persona seducida y arrebatada por Dios; no se entretiene en sí misma, en el fondo siempre está vuelta hacia Él.
Estamos en el verano de 1920. Dina tiene ahora tiene veintitrés años y en ella aumenta su deseo de vida religiosa. No siente la llamada a la Congregación de Nuestra Señora donde se había educado. Le sigue atrayendo la vida contemplativa, pero duda ante los estudios que ha realizado y se inclina por la enseñanza.  Ante ella se abren tres prospectiva: las Ursulinas, la Congregación de Jesús-María y la del Sagrado Corazón… No termina de ver claro. Sigue discerniendo y un día oye claramente la voz de Jesús que le dice: “Te quiero en Jesús-María”. 
“Donde Tú quieras, ya sabes que no me gusta la enseñanza, pero quiero responder a tu llamada, no me importa dónde, sólo deseo hacer lo que más te guste.” “ No enseñarás mucho tiempo le responde el Maestro” No entiende, pero todas las dudas han desaparecido.
Llega el momento de hablarlo de nuevo con sus padres.  Ella escribe: “No dudaba de su consentimiento, pero sí preveía su dolor… y mi corazón estaba deshecho.” Por fin lo habla y su aceptación la llena de consuelo. Todo esto no es fácil; si alguien ha pasado por ese trance conoce lo que supone ver que se rompe algo muy íntimo…. Pero la fuerza de Dios actúa en estos momentos y Dina la experimenta. Si un día tú tienes que afrontar una situación parecida, no tengas miedo, Jesús tomará tu puesto y, sin saberlo, te sentirás muy fuerte.
Durante los últimos meses de su permanencia en casa, sus padres se desviven para hacerla feliz. Lo habían hecho durante toda su vida, pero ahora se vuelcan sin intentar en lo más mínimo desviar su vocación. Para darle todas las alegrías que están a su alcance, le proponen un viaje a las cataratas del Niágara ofreciéndole toda clase de gustos y diversiones. Fueron días felices en una naturaleza maravillosa que eleva a Dios.

Llegó el día del adiós. Dina nos dice que la espera fue una agonía. Tenía que dejar su hogar para siempre. Se alejaba de su casa sin esperanza de volverla a ver. Ella misma dice que sin una fuerza superior no hubiera dado este paso.


lunes, 18 de julio de 2016

Dina, concertista

En junio 1918, Dina ya está en Quebec, después de haber terminado los dos años de estudio.
En Nueva York había empezado para ella una época de profunda oscuridad interior y ésta continua al volver a su casa. Sigue atrapada por el amor de Jesús, pero Jesús calla a menudo y en su interior se desatan terribles luchas que a ratos no la dejan. ¡Eso sí que fue difícil!
Ahora te pregunto, tú ¿no has experimentado nunca luchas internas? Quieres hacer una cosa y haces todo lo contrario; prometes vivir de una manera y te dejas arrastrar por la corriente; sientes cosas que te fastidian y no sabes cómo combatirlas, te asalta una tentación y no sabes cómo vencerla…  ¿Verdad, que en el fondo sufres? Lo mismo le pasa a Dina… Tal vez puede ayudarte lo que ella hace.  No cambia el programa de vida de oración que se había trazado, más bien la prolonga y aprende a discernir cuándo se trata realmente de la voz de Dios; no quiere dejarse llevar de ninguna ilusión.  ¡Prueba esta solución! Estoy segura de que sentirás una gran paz que te va a ayudar.

Después de los dos años en Nueva York, Dina sigue exteriormente la vida ordinaria de una joven: salidas, paseos con sus amigas, reuniones, ayuda a personas que lo necesitan acompañando a su madre, algunas excursiones, conciertos… sin dejar el estudio del piano por sí misma y el de la armonía que sigue por correspondencia. A ratos se pregunta para qué tanto esfuerzo; piensa que nunca llegará a la altura que ella quisiera. Un buen día oye en su interior la voz de Jesús que le dice: “Tus conocimientos musicales protegerán tu vocación; pero tú harás bien sobre todo por tus escritos”. Dina no entiende y se pregunta ¿por mis escritos?... Poco se imagina lo que un día le va a pedir su superiora cuando sea religiosa.
Sí, se trata, aunque ella no lo sepa, de su Autobiografía que empezará a escribir en marzo de 1924 y que hoy está traducida a diversas lenguas: español, inglés, italiano y alemán. Muchos la han leído y ha hecho y hace un gran bien. Espero que también te lo haga a ti. Cuando la leas, quizás te llame la atención algunas expresiones, ve más allá de las palabras… Ten presente que Dina emplea el vocabulario propio de la espiritualidad francesa de los primeros decenios del siglo XX.

Ahora en Quebec  se abre ante ella  el tiempo de los conciertos
propiamente dicho. La simplicidad de sus vestidos, sus actitudes y la manera de presentarse es encantadora. Jesús, antes de cada concierto, le pide el sacrificio del éxito; ella lo acepta y le ofrece el no triunfar. Sin embargo, la aplauden, la alaban, la animan a seguir en esta línea. Puede llegar lejos. Tiene abierto un porvenir brillante. Siempre guarda su hermosa simplicidad. Acepta con amabilidad y sencillez todas las muestras de simpatía, pero en el fondo sólo logran convencerla de su incapacidad y, aunque reconoce el éxito, se siente vacía ante él y todo le suscita indiferencia. Nadie lo nota, pero sabemos el martirio que le suponían las alabanzas.

¿Sabes? Por dentro, Dina vibra con la música  y compone piezas musicales de las que se conservan algunas. Tal vez la más conocida es la que ella llamó “Ricordanza”. Si alguna vez la oyes, te darás cuenta de la fuerza, belleza y armonía de sus acordes. Si quieres oírla, la encontrarás en internet.