Dina entra en el noviciado y lo primero que lee en un mural es: “Si
empiezas hazlo con perfección”. Esto le impresiona fuertemente y está dispuesta
a vivirlo. La vida común sigue siendo para ella un gran sufrimiento, no porque
no quiera a sus compañeras, daría la vida por cualquiera de ellas pero, dada su
gran sensibilidad, las pequeñas dificultades
le ofrecen la posibilidad de un constante olvido de sí misma.

Por nada del mundo abandonaría su vocación, pero la nostalgia la sigue aún
durante algunas semanas. Ella escribe: “A veces, cuando me paseaba sola, me
venía la idea de irme sin sombrero ni abrigo o durante la noche de escaparme
por una ventana.” Lucha sin parar y le duele dejar que aparezcan exteriormente
sus sentimientos naturales porque, a veces, le saltan las lágrimas. Decide emprender
el trabajo de sonreír siempre porque, ella misma se dice, “un santo triste es
un triste santo”. Jesús le hacía comprender que la verdadera alegría interior
tiene que reflejarse al exterior. No siempre es fácil. Si alguna vez lo has
probado, sabes lo que cuesta no poner
cara triste cuando fastidian las cosas de fuera.
Los días pasan. Empieza a dar clases de piano. Le encanta y se propone que
Jesús sea el verdadero profesor. No le resulta difícil porque sabe que Jesús
vive en ella. Las clases son momentos felices para ella y para sus alumnas; es
exigente pero tan amable que todas la recuerdan con gran cariño.
Jesús sigue comunicándose en su interior. Dina lo escucha para agradarle en
todo. Un día, en Navidad, Jesús la invita a jugar y le dice que el que ame más
ganará. El torneo se va haciendo difícil, pero al final quedan empatados porque
Dina, ante todo el amor que Jesús le presenta, le dice que ella le ama con este
mismo amor. Otro día, el juego se hace más complicado, porque esta vez es el
juego de la cruz y ganará el que la lleve mejor. Va viendo que Jesús gana; las
respuestas de Dina son cada vez más vacilantes, hasta que se le ocurre volver
su mirada a la Virgen suplicándole le ayude. La luz no tarda y Dina le dice a
Jesús que une sus pobres cruces a las suyas y así adquieren el precio de la
cruz de Jesús. Otra vez empatan. ¿Te parece un juego infantil? No lo creas,
cuando se ama de verdad, se dicen cosas que los demás no entienden, pero los
que se aman necesitan expresarlo de mil maneras.

Llegó el 15 de febrero de 1922. Pero
¿qué pasa este día? No sé si sabes que en la vida religiosa hay un primer
periodo de prueba, antes de empezar el noviciado propiamente dicho. Este
periodo terminaba con una ceremonia en
la que a la joven, además del hábito, le daban un nombre nuevo. Dina, en adelante, se llamará María de Santa
Cecilia de Roma. Para ella fue una alegría inmensa. El nombre empezaba por el
mismo nombre de la Virgen y, como buena pianista, no podían haberle añadido uno
mejor que el de Santa Cecilia, patrona de la música, a quien ella había querido
siempre mucho y a quien invocaba desde hacía mucho tiempo. Además Santa Cecilia
colmaba sus aspiraciones: virgen, mártir y apóstol.
Cuánta razón hay cuando narras esos juegos/retos de Diña y Jesús. Las personas que quieren tan intensamente lo comprenden con más facilidad. Es una muestra de cómo la entrega, confianza, libertad y creatividad se ponen en sintonía para hacer feliz al otro. Bendita vocación que nos lanza a esta entrega. Con cariño y agradecimiento a tantas personas que nos enseñan a vivir con plenitud.
ResponderEliminar