Dina, una criatura sencilla, marcada
de una gran sensibilidad artística, que sólo desea “amar y dejar hacer a
Jesús y a María”. No sólo fue una joven pianista, compositora, apostólica y
mística, dotada de un gran talento musical, aplaudida y alabada, con un
porvenir brillante al que renuncia para darse totalmente a Jesús, sino la
religiosa que en silencio se deja capturar plenamente por Jesús con una intensa
experiencia espiritual. Dios solo fue su todo y nunca le dijo no; en Él se
consumió su existencia con respuestas ininterrumpidas de fidelidad a la gracia.
Nosotros no podemos entender lo que significa adentrarse en las
profundidades de un Dios que es Trinidad. Yo tampoco te lo sé explicar. A Dina,
Dios le hace este regalo y ella nos lo cuenta sencillamente en su Autobiografía
con toda la belleza y sensibilidad de la artista siempre atenta a la voz
interior de Jesús. Pero, mira, la
santidad de Dina no está precisamente en estos aspectos extraordinarios
comparables a los de muchos grandes místicos. Ella fue santa porque jamás negó
nada a Dios, hizo de su vida una rapsodia interpretada en clave de amor, sobre
una partitura del Evangelio: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre
le amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.”
Después de su muerte, la constatación fue unánime para decir que la
santidad de su vida respondía a lo que había escrito y que gracias a su gran
reserva pudo esconder a los ojos de los demás, sin que nadie pudiera
imaginarlo.
Los testimonios recibidos hablan de una fidelidad constante a la gracia, de
haber sido siempre muy sincera, de no
recordar que haya hablado nunca mal de nadie, de saber tomar siempre la parte
de los otros cuando se hablaba contra ellos, de tener siempre una buena palabra
para todos, de no haberla visto nunca desanimada ante los momentos difíciles o
durante su dura enfermedad, de no quejarse nunca aceptándolo todo sin
manifestar sus gustos o repugnancias, de asumir lo que le cuesta y seguir después
alegre, de haber sido muy ingeniosa para pasar desapercibida y hacer valer a
los demás, de ver la cantidad de trabajo que había hecho a pesar de estar
enferma y retirada en la enfermería, de
haber sido siempre muy buena con sus alumnas, de hacerlo todo con gran
sencillez y no hacerse notar en nada, de no vanagloriarse nunca de su talento
musical sabiendo realzar siempre el de los demás.
Tal vez, tú puedes decir lo mismo que formuló una joven que había vivido
con ella: “Yo tenía una amiga santa y no lo sabía”. Sí, Dina puede ser hoy tu
amiga y tú no te arrepentirás de serlo de ella.
Muchas gracias por escribir este precioso y hondo capítulo sobre Dina. Me ayuda el descubrir su entrega sin medida. Los testimonios sobre ella confirman su fidelidad a Dios expresada en el día a día de su vida.
ResponderEliminar"Rapsodia interpretada en clave de amor, sobre una partitura del Evangelio"!!!