Se acerca otro momento importante en la vida de Dina. Llega el tiempo en el
que en la vida religiosa los votos hechos hace cinco años se renuevan y esta
vez son para siempre. Ella, en su corazón, ya les había dado este carácter perpetuo
aquel 15 de agosto de 1923, pero ahora iba a hacerlo públicamente. Han pasado
estos años y Dina es consciente de estar totalmente absorbida por Jesús, de que
sólo busca dejarle hacer; la gracia llena su vida y ella se esfuerza dándole
siempre respuestas de fidelidad.
Dina ha gustado y gusta la experiencia de Dios y le quema el deseo de
comunicarlo a los demás. Si su actividad apostólica fue reducida por la
enfermedad, no lo fue su espíritu misionero. Su impulso apostólico de trabajar
por la salvación de todos los hombres toma la dimensión del mundo. Quiere
recorrer el universo y descubre que su misión en la eternidad, desde ahora
hasta el final de los siglos, es y será irradiar por medio de la Virgen el amor
de Jesús sobre todas los hombres. Jesús ha dicho: “Pedid y recibiréis…” Segura de esto, Dina dice: “en el cielo yo
seré una pequeña mendiga de amor; he aquí mi misión y la empiezo inmediatamente.”
Ha comprendido que los hombres son solidarios unos de otros, tanto en la vida
espiritual como en la social, y ella se siente solidaria del mundo entero,
amando y dejando hacer a Jesús y a María. Dina quiere que todos se salven, que
nadie se pierda; por eso afirma “quisiera cerrar el infierno para siempre”.
Ser solidario de los demás no es siempre fácil. Es agradable cuando la
solidaridad lleva a compartir éxitos, momentos felices… es dura cuando hay que
practicarla en silencio, en la soledad, sin ver resultados… Esto es lo que vive
Dina en un sencillo cuarto de una enfermería. Su vida se va gastando y su
apostolado queda en el silencio alegre del anonimato, viviendo en fe aquello
que Jesús le va presentando en cada momento y que ella le quiere dar porque
sigue dejándole hacer…
La enfermedad sigue su curso y el sufrimiento no cambian en nada su
preocupación por los demás. A ratos es tan intenso que necesita decir. “Jesús
ven aprisa a darme valor”. A partir de julio 1929, Dina deja de escribir; las
fuerzas no le permiten hacerlo. Sin embargo, por fidelidad sigue diciendo a su
superiora lo que vive en su interior. Los demás que la visitan no sospechan
nada, solo admiran la serenidad, la alegría y la amabilidad que muestra a todo
el que se acerca. No pierde la sonrisa por la que luchó un día al comienzo de
su vida religiosa. Sus padres la visitan y ella sufre de verlos sufrir.
Después de haber vivido una vida ordinaria pero llena de un amor
extraordinario, llega el 4 de septiembre de 1929. Hacia las tres de la tarde,
unas breves respiraciones muy tranquilas, casi imperceptibles, abren para Dina el
encuentro definitivo con Jesús.
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