A lo largo de su existencia, Dina, como los
“pobres de Yahvé”, fue descubriendo los misterios que dibujaron su vida:
búsqueda humilde, penumbra opaca, fe profunda, disponibilidad confiada,
fidelidad incondicional, abandono ilimitado y así, fue internándose en las regiones infinitas de
Dios.
Creer es confiar, es dejar hacer, es, sobre todo,
entregarse, es amar. Dina pasa por la tierra dejándonos no sólo su huella sobre
la arena, sino, sobre todo, la huella de Dios. Nos presenta a Dios como la
Belleza suprema, como el Amor que busca ser amado, como un claro de luna
ininterrumpido sobre el mar de nuestras vidas, encendiendo en nosotros la
nostalgia por Él.
La Autobiografía de Dina no es el fruto de una
reflexión teológica, ella no estudió nunca teología. Dina fue una buscadora de
Dios, silenciosa como la brisa suave, tranquila como la paz, atenta como el
vigía que otea el horizonte sin ocaso. Dina es el eco fiel de la palabra de
Dios, sin buscar interpretaciones, sin tomar la iniciativa porque sólo Dios es
el protagonista. En sus escritos, Dina nos transparenta su vida y su alma,
abriéndose como una flor cuando la invaden los rayos del Sol.
Si quieres, después de haber conocido un poco la
andadura de Dina por nuestro mundo, sigue profundizando en su vida, para
descubrir la partitura completa. No olvides que lo esencial es la obra de Dios,
escondida a los ojos humanos, y que la partitura de toda vida pide nuestra
correspondencia, si queremos que pueda sonar con su total melodía.
Gracias Dina por tu vida y por tu constante
fidelidad a la gracia. Ayúdanos, para que la partitura de nuestras vidas se
afine y, como la tuya, deje sonar una melodía:
una melodía a la mayor gloria de
Dios.
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