A lo largo de su existencia, Dina, como los
“pobres de Yahvé”, fue descubriendo los misterios que dibujaron su vida:
búsqueda humilde, penumbra opaca, fe profunda, disponibilidad confiada,
fidelidad incondicional, abandono ilimitado y así, fue internándose en las regiones infinitas de
Dios.

La Autobiografía de Dina no es el fruto de una
reflexión teológica, ella no estudió nunca teología. Dina fue una buscadora de
Dios, silenciosa como la brisa suave, tranquila como la paz, atenta como el
vigía que otea el horizonte sin ocaso. Dina es el eco fiel de la palabra de
Dios, sin buscar interpretaciones, sin tomar la iniciativa porque sólo Dios es
el protagonista. En sus escritos, Dina nos transparenta su vida y su alma,
abriéndose como una flor cuando la invaden los rayos del Sol.

Gracias Dina por tu vida y por tu constante
fidelidad a la gracia. Ayúdanos, para que la partitura de nuestras vidas se
afine y, como la tuya, deje sonar una melodía:
una melodía a la mayor gloria de
Dios.
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