Seguimos con Dina…
Dina tiene una gran aptitud para la
música y a los ocho años empieza el estudio del piano. Hace grandes progresos y
a los once obtiene el primer diploma. No tardará en llegar a ser concertista…
En aquel tiempo, la edad para la Primera Comunión era a los diez años. Dina
la deseaba tanto que a los nueve, a pesar de su timidez, acompañada por su madre, pide al párroco el
permiso de hacerla a los nueve. No se ve
apropiado. ¡Qué desilusión! Ella lo aprovecha para desearla más y prepararse
mejor.
Y
como en este mundo todo pasa, llega por fin, el 2 de mayo de 1907, el
encuentro tan deseado. Si alguna vez , tú has deseado algo con mucha fuerza
¿qué ocurre cuando llega?... ¿Te imaginas lo que fue para ella?. Dice que las
cosas exteriores no la distraen, lo único que cuenta es Jesús, y empieza a
dejarse poseer totalmente por Él. Este día marca un jalón fuerte en su vida;
cada día está más enamorada de Jesús. Tal vez, tú sabes o te imaginas lo que
supone estar enamorado/a; ya todo se ve con un solo color, el de la persona que
se ama; se piensa, se sueña, se quiere agradar, se busca una mayor intimidad… A
Dina le pasa lo mismo con Jesús y fíjate, es precisamente el 25 de marzo que
sigue a su Primera Comunión cuando el Señor se le comunica directamente después
de la comunión. Ella escribe: “Era la primera vez que yo oía con claridad su
voz, -interiormente, ya se comprende-, una voz dulce y melodiosa que me inundó
de felicidad”
El enamoramiento crece y en Dina empieza con más intensidad el deseo de
amar, amar…, de estar atenta a lo que el Señor le va a ir diciendo.
Exteriormente lleva una vida ordinaria, nadie sabe lo que pasa en su interior,
es el “secreto del Rey”. Sin embargo, su comportamiento ejemplar despierta la
atención de sus compañeras que le toman el pelo llamándola “santa Dina”… ¡vaya
sufrimiento! ella no se siente así.
A los doce años cambia de colegio a otro, más cerca de su casa, que han
abierto las mismas religiosas donde ha estudiado hasta ahora. Tampoco allí
nadie puede sospechar el trabajo que la gracia desarrolla en su interior. Los
resultados académicos siguen siendo excelentes y ante ella se abre un porvenir
brillante.
A los catorce años, Dina, a pesar de que quiere a sus padres con locura, pide
ser interna en el Pensionado de Bellevue. Ellos aceptan. Dina, sensible al
extremo, llora sin parar el primer día que sus padres la visitan. Le ofrecen
volver a casa y Dina “¡No, ya me acostumbraré!” Sin embargo, derramó lágrimas durante catorce noches… hasta
que al fin su voluntad se fortaleció y se consoló. Le resultaba difícil la vida
común y estar lejos de sus padres, pero estaba dispuesta a formar su carácter,
a olvidarse de sí misma. ¡Vaya esfuerzo!
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