Su amor a la Eucaristía que, desde su Primera Comunión la había invadido,
aumenta. Un día, mientras está delante del Santísimo expuesto en la capilla del
noviciado, le parece ver una multitud de personas que van por mal camino. Jesús
le dice que puede salvarlas, rezando por ellas y ofreciéndole pequeños
sacrificios; como verdadero apóstol lo hace inmediatamente y ve cómo vence la
gracia y los que iban por mal camino lo abandonan. En muchos
momentos tiene una sed ardiente de salvar almas y siente por ello una gran
responsabilidad que la va a perseguir toda su vida. No puede encerrarse en su
vida interior; necesita abrir espacios para los demás. A menudo Dina repite:
“Dios mío, te pido la gracia de vivir y morir mártir de amor, víctima de amor,
apóstol de amor” En junio de 1923, su divisa se va perfilando: “amar y sufrir.”
En ella, todo es una ascensión constante y rápida. Su amor y su deseo de unirse
a Dios son tan intensos que, con Santa Teresa, puede decir: “Muero porque no
muero…”
A medida que pasan los días, en Dina va creciendo el deseo de pertenecer
radicalmente a Jesús, de entregarse totalmente a Él por medio de los votos de
obediencia, pobreza y castidad. Han pasado ya dieciocho meses desde que empezó
el noviciado y llega el deseado 15 de agosto de 1923. Sus padres están
presentes, uno de sus primos celebra la Misa, también está allí el sacerdote
que la había dirigido espiritualmente la mitad de su vida.
Dina pronuncia
públicamente los votos que privadamente ya le había ofrecido al Señor. Bernadette, su amiga de Nueva York, profesa también el
mismo día. Dina ya es Religiosa de Jesús-María, la Congregación fundada en Lyon
(Francia) por Claudina Thévenet en 1818.
Antes de dejar el noviciado plasma sus sentimientos en una poesía; es el
ideal que la persigue: “Jesús, yo seré santa”.
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