Hoy quiero
que oigas a la Maestra de novicias de Dina. Ella fue la confidente de las
grandes gracias que Dios le otorgaba. Entramos en terreno sagrado, donde el
principal protagonista es Dios y se siente el vértigo ante la andadura por la
que ese Dios la hizo caminar. Su vida como religiosa fue muy corta, sólo ocho
años. Los suficientes para poder penetrar en lo más hondo y navegar en las
aguas profundas del misterio de Dios, que Dina por obediencia nos ha plasmado
en su Autobiografía.
Dina abría totalmente su interior a su Maestra, le
contaba todo lo que le pasaba, porque ante el océano de gracias divinas que
recibía, tenía miedo de la ilusión.
La Maestra nos dice:
Cuando Dina me hablaba de sus comunicaciones, yo
me mostraba inquieta y se lo demostraba; sabía que, siendo tan sensible, esto
era una prueba para ella. Al ver mi
inquietud, lloraba: “¿Por qué no soy como las otras?”. Lo que en un
momento, cuando escuchaba la voz de Jesús, la llenaba de alegría, se convertía
después en un verdadero tormento. Sólo le devolvía la paz cuando le decía que
era voluntad de Dios.
Era de
una gran sencillez y, mientras
crecía su intimidad con Jesús, seguía en todo la vida del noviciado.
Un
día en el que me había confiado que estaba en profunda comunicación con Dios,
las novicias tuvieron una excursión; ella reía, se divertía con y como las
demás, pero nada revelaba exteriormente su secreto.
La Maestra dice que en el conjunto de la vida
religiosa de Dina se pueden descubrir fuentes
de sufrimiento:
La
vida comunitaria dada su naturaleza delicada y sensible. Su enfermedad, al
permanecer horas inmóvil, por consejo del médico de mantenerse recostada,
evitando todo movimiento para curar sus pulmones. La mayor, cuando el Señor le
ofrecía su cáliz para que participara en su agonía con toda la clase de
sufrimientos que Él vivió: abatimiento, miedo, tristeza, hastío, abandono, etc.
Otro
gran sufrimiento, que difícilmente podemos medir, era esa nostalgia del cielo que sufre el alma a quien el Señor se le revela
más especialmente. Entonces la fe es peregrinar, como Abraham, como María…
Un momento fuerte en la vida de Dina fue cuando
Jesús le anunció que moriría el 15 de
agosto de 1924. La Maestra cuenta que unos días antes fue a verla en la
enfermería y, viendo que su enfermedad no empeoraba, le dijo: No tiene el aire
de una moribunda. Dina lo aceptó humildemente y guardó silencio.
Nos
cuenta la Maestra que pasado el 15 de agosto, le hizo ver que podía vivir en la
ilusión. Ella con mucha naturalidad dijo simplemente que se había equivocado.
Dina aprovechó para humillarse y no se desanimó. Continuó actuando como antes sin turbarse e incluso
con más fervor. Después de esta fecha, me di cuenta que por un largo tiempo no
tenía comunicaciones, pero que su fe y su amor al Señor eran más intensos. La
muerte que el Señor le anunció, y que ella no comprendió, era una muerte
mística y ahora le invadía el manto del silencio. Ese silencio envolvente y
desconcertante de Dios que puede llevar a una vaga impresión de inseguridad, a
preguntarse si todo esto será verdad, si no será producto de la imaginación o
si realmente será la acción de Dios. Cuanto mayor es la manifestación de Dios,
el silencio posterior resulta más duro. Dina no dudó, siguió abandonándose y
Dios continuó después manifestándose con gracias mucho mayores.
Dina permaneció siempre muy abierta con su Maestra
y ésta nos dice que cuando le confiaba algo tenía la certeza de que era verdad
y, aunque temiera una posible ilusión, no podía apoyar esos temores en nada.
Los testimonios podrían seguir, pero hay un
silencio que habla más que las palabras. Te dejo con Dina…